Obras del 'salto de carnero' en Palencia. Marta Moras
Parresía

Soterramientos, saltos de carnero y un puente para el choque de trenes

«Hablen ustedes, hombres. Ninguna ciudad, región ni país avanza con choques de trenes o de instituciones. El progreso se logra sorteando los conflictos, encontrando soluciones aceptables para todos y coordinando las competencias para evitar los despropósitos»

Domingo, 18 de mayo 2025, 08:11

El verbo 'soterrar' significa poner debajo de la tierra; también describe la acción de esconder algo para que no se perciba: 'malestar soterrado', 'machismo soterrado', ' ... violencia soterrada'. Los traumas soterrados en el inconsciente generan desazón y conflictos, así que conviene aflorarlos y tratarlos para evitar daños o choques con otras personas. La 'ira soterrada' estalla ante la injusticia, produce reacciones extremas y posteriores remordimientos.

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Esta anfibología o doble sentido de las palabras es resultado de nuestro uso de la metáfora, manido 'puente' simbólico del entendimiento humano. Un ejemplo de tal figura es la expresión 'salto de carnero', la bifurcación ferroviaria realizada de tal modo que no todas las vías queden al mismo nivel. Alguna pasa por encima de las otras, ampliando las posibilidades de circular y evita colisiones.

Una buena idea, en suma y porque suma, no resta. El 'salto de carnero' aprovecha el espacio superior, como el 'soterramiento' opta por el inferior. Arriba o abajo para dejar espacio a otras necesidades, evitar los choques, cumplir la función del tren, que es enlazar, unir, conectar unos lugares con otros, la misma misión del puente en la mayoría de sus acepciones, salvo la de «puente de los asnos» (según la RAE, «Dificultad que se encuentra en una ciencia u otra cosa, y quita el ánimo para pasar adelante»).

No confundir ese puente con el 'puente cerril', entendido como «el que es estrecho y sirve para pasar el ganado suelto» (de nuevo, la RAE), porque al menos este deja circular, aunque lentamente y con dificultades, claro. Si se decide no soterrar, ni dar 'saltos de carnero', los bueyes o las ovejas se pueden cruzar y chocan entre sí, aunque las bestias suelen comportarse con más inteligencia de la que creemos, pero no tanta como para solucionar sus necesidades con la ingeniería.

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Esto que la técnica permite, evitar los choques, la política lo boicotea. Si nadie tiende 'puentes', ni se buscan caminos distintos al del choque, entonces tirios y troyanos terminarán discutiendo en lugar de arreglando, oponiéndose más que colaborando, y gastando toneladas de recursos en obras o proyectos. El futuro debiera construirse desde la búsqueda del consenso, no provocando pulsos para ver quien tiene más poder, embistiendo al adversario.

Si se opta por los hechos consumados, pueden surgir contratiempos inesperados. Por ejemplo, la Sentencia que anula por incurrir en 'vía de hecho' las obras de Adif en la ampliación de la alta velocidad hacia Cantabria, resultado de un pleito iniciado y ganado de momento por Ecologistas en acción, fallo judicial que hace soñar al Ayuntamiento de Palencia con el soterramiento ferroviario, una reclamación negada hasta ahora por el Ministerio de Transportes, en este caso a una alcaldesa del partido en el Gobierno.

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Este pronunciamiento es recurrible y podría resultar una victoria pírrica si el Sr. Puente no ofrece alguna alternativa. Mecanismos tiene el ministro para dilatar el asunto, revertir de alguna manera los drásticos efectos de un pleito que afecta al despliegue de una obra pública. Entre tanto, las vías se complican y entrecruzan.

El Ayuntamiento de Valladolid debe seguir este caso con gran interés, sin lugar a dudas. Su propio contencioso contra el Estado esgrime incorrecciones de forma y fondo en el diseño de la futura estación. La maraña querulante podría complicarse más, si surgen terceros en discordia. Más retrasos incrementan los riesgos de perder oportunidades, de encontrarnos con 'puentes levadizos'.

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Hablen ustedes, hombres. Ninguna ciudad, región ni país avanza con choques de trenes o de instituciones. El progreso se logra sorteando los conflictos, encontrando soluciones aceptables para todos y coordinando las competencias para evitar los despropósitos. Justo lo que no hacen en Valladolid, ni en Palencia, los actores de los litigios por el ferrocarril, ese tren del que Antonio Machado decía que «al caminar, siempre nos hace soñar».

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