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Ramiro Curieses, con su libro 'Los anillos del nogal'. Marta Moras
Ramiro Curieses | Maestro y autor de 'Los anillos del nogal'

«La educación es una profesión en la que no debe haber impostores»

«Los contextos cambian, pero la esencia y la mirada no tienen que cambiar por muchas tecnologías introducidas en la escuela», dice el docente

Carmen Aguado

Palencia

Lunes, 9 de junio 2025, 06:45

Una novela que es un homenaje a la infancia, a su riqueza emocional y a su derecho a ser comprendida y escuchada. Así es 'Los anillos del nogal', una historia que se desarrolla en un imaginario y pequeño pueblo del Cerrato palentino donde Ramiro Curieses nació en 1962. La lectura de este libro con tintes autobiográficos sumerge al lector en el tránsito de la niñez a la pubertad, en la nostalgia de los primeros cambios y en la huella imborrable de aquellos maestros y libros que marcan nuestras vidas para siempre, y en el drástico cambio que supone para su vida el posterior traslado de la familia a la ciudad de Palencia. Con la perspectiva que da el tiempo, y la experiencia que como maestro y orientador escolar tiene el autor, el libro proporciona una visión entre dulce y amarga de lo que supone el paso de la infancia a la adolescencia, que puede ayudar a muchos padres y docentes a comprender mejor a sus hijos y alumnos. En 1985 inició su carrera profesional como maestro en Asturias. Más tarde, su vocación le llevó a trabajar como psicólogo y orientador de educación. Siempre, «al servicio de la educación pública y de todos los alumnos» que pasaron por su vida.

–¿Cómo surge 'Los anillos del nogal'?

–La idea surgió hace aproximadamente cuatro años, aunque yo ya tenía algún esbozo y alguna idea de lo que quería hacer. No tenía el formato todavía de libro pero sí tenía claro que quería dedicarle algo al pueblo en el que nací, lógicamente, algo que estuviese vinculado a lo que es la infancia en una zona rural de un niño a quien a los 11 años se le traslada a Palencia en busca de la fatídica prosperidad. Todo esto se ensambla con la evidencia de una escuela en blanco y negro, muy rutinaria y muy mecánica, donde no se te llama al ser, sino al saber y al hacer. Y coincide con la llegada de un maestro interino que cambia la mirada de este niño por completo porque es la primera vez que este niño va a la escuela contento.

–¿Qué hace de este maestro alguien excepcional?

–Tiene una metodología totalmente diferente, con unas técnicas y unos estilos de institución libre de enseñanza. Es un maestro moderno que, seguramente, es un huido de los maestros de la República y le cambia totalmente el panorama a este niño. Es la primera persona que le dice a este crío que iba a ser maestro como él. Es un reconocimiento también y un agradecimiento a estos maestros que de alguna manera nos cambiaron la vida.

–¿Por qué es tan determinante el período de la infancia en nuestra vida?

–La infancia no es preparatoria de nada, porque es donde construimos la estructura, el arquetipo, la arquitectura de lo que luego somos como personas mayores. Ahí se construyen las seguridades, los miedos, los temores, las tranquilidades y todo lo que forma parte del mosaico de nuestra personalidad.

–¿Es un libro totalmente autobiográfico?

–Tiene parte autobiográfica, mucha parte, pero no toda. Es una mezcla. No quiero poner el acento en lo autobiográfico porque se personaliza. Yo quiero que esto sea una infancia universal. De hecho, el niño en el libro no tiene nombre. Es el único personaje que no tiene nombre.

–¿Este libro es un homenaje a este maestro que marcó su vida?

–Cuando me despedí de él, siendo un niño, le dije que para mí había sido un profesor estupendo y él me dijo, literalmente, 'tú llegarás a ser un maestro como yo'. Años después, yo terminé Magisterio y siempre me quedó pendiente decirle a este hombre que tengo que agradecerle esa semilla que depositó en mí.

–¿De qué forma ha tratado de trasladar todo esto a sus alumnos?

–Yo siempre he procurado ponerles nombres a mis alumnos, nombres cariñosos. Yo siempre he tenido claro que, como maestro, si podía cambiar la vida o la biografía de un niño, esta profesión merecía la pena. Y esta es la grandeza del oficio del maestro: que le podemos cambiar la vida a una criatura. Le podemos sacar un surco y meterle otro surco de pasión, de aprendizaje, de ventanas abiertas al mundo. Siempre he procurado ser un maestro con mucha sensibilidad, con mucha mirada al niño, a sus posibles miedos, a los fracasos, a los grilletes con los que vienen muchos a la escuela y siempre les he invocado a la escuela del ser, a la escuela de la persona. Lo he procurado, otra cosa es que uno lo consiga. Yo dejé de ser maestro porque luego accedí a las oposiciones de Psicología y Pedagogía en Secundaria. Terminé mi etapa como director del Instituto de Villamuriel y me despidieron hace dos años y medio. Esa despedida fue muy emotiva porque yo tuve mucho alumnado que me reconoció la labor tan estupenda que había hecho con ellos. Y no lo digo yo, lo dijeron ellos. Tengo cartas del alumnado en el que me agradece mi vida profesional.

–Ahora que se habla de un cambio generacional, ¿consideran los maestros que ha habido un cambio?

–Los contextos han ido cambiando. Pero la esencia, la mirada del maestro... no tiene que cambiar, por mucho que hayamos introducido tecnologías en la escuela. ¿Por qué? Porque la mirada del maestro es lo que realmente no puede cambiar. Puede hacerlo el hábito, la motivación y la conducta de los niños. Hoy en día, ser maestro no está valorado como cuando yo cursaba magisterio en los años 80. El contexto social es totalmente diferente. Educar en la escuela del ser, donde el protagonista es el crío, es la persona, eso siempre ha funcionado y sigue funcionando, porque es verdad que nos hemos tenido que adaptar a nuevas metodologías, sobre todo a nuevas técnicas, y la invasión de la tecnología está ahí. Pero yo sigo pensando que la esencia de la educación sigue siendo el maestro.

–¿Qué les diría a esos alumnos y a esos maestros de la actualidad?

–Esta es una profesión que a mí me parece que tiene un componente vocacional muy alto. Si un ladrillo se rompe, no pasa nada. Si una silla no se hace del todo correctamente, tampoco pasa nada. Pero en cómo construimos, o cómo podemos ayudar la personalidad de un niño, cómo podemos ayudar a construir su pensamiento, abrir ventanas de mirada al mundo, motivarlos para que salgan de una habitación oscura, para que dejen de tener miedo, para que sientan seguridad... Esto es de lo que estamos hablando cuando estamos hablando de educación. Yo hablo de educación, no hablo de enseñanza. Educar es sacar lo mejor que tenemos dentro. Esta es una profesión en la que no debe haber impostores.

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