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Valladolid es tierra de buen vino, por lo que no debe extrañar que a lo largo de la historia se hayan forjado leyendas en torno ... a este producto. Una de ellas es la del Cristo de la Cepa, una figura única formada por un tronco de cepa natural -toscamente labrado- que recuerda a Jesús en la cruz. En esta imagen sobresale su cabeza, de un tamaño mayor al del resto de la talla, mientras su cabellera y barba están formadas por sus propias raíces.
Fe y devoción forjaron una leyenda en torno a esta curiosa reliquia y su relación con el vino. Los numerosos milagros atribuidos a esta imagen la han convertido en un objeto de gran veneración, especialmente entre los vallisoletanos, el gremio del vino y los monjes de San Benito el Real, quienes lo custodiaban y donde presidía una capilla, hasta que se tuvo que trasladar -por cerrarse el templo- al Museo de la Catedral de Valladolid en 1835.
La leyenda sitúa su origen a principios del siglo XV. La población judía, aún no expulsada de la Península Ibérica por los Reyes Católicos, se concentraba en Toledo. En la ciudad de las tres culturas, y siempre según la leyenda, vivía un judío tan aferrado a su religión que rechazaba a toda persona u objeto relacionado con el cristianismo.
También hacía alarde de forma constante de sus creencias, se mofaba de los cristianos y no encontraba otra satisfacción que burlarse de sus doctrinas, sobre todo de la de que Jesucristo clavado en la cruz sería el verdadero Mesías.
Un día, mientras este judío podaba uno de los viñedos de sus extensas posesiones, le llamó la atención algo que sobresalía de la parte superior de una cepa y que se asemejaba a Jesucristo crucificado. En ese momento, se arrodilló y con los ojos llenos de lágrimas comenzó a implorar perdón por todas sus blasfemias hacia el cristianismo y a reconocer sus pecados. Tal revelación le llevó a abrazar la fe cristiana, de la que tanto se había burlado.
La entrega del judío converso al cristianismo fue tal que solicitó que el mismísimo arzobispo de Toledo, don Sancho Rojas, oficiara su bautismo cuanto antes. De este modo, el arzobispo pudo calificar el hecho de milagroso y enaltecer el poder de la religión cristiana frente a otras.
Años más tarde, Rojas fue trasladado al Monasterio de San Benito el Real de Valladolid, cuya orden era uno de los mayores productores de vino de la zona, y se llevó consigo el Santísimo Cristo de la Cepa.
Allí, su fama se acrecentó, sobre todo entre el gremio de los vinateros y los habitantes de la villa, que acudían cada año a la fiesta de la Cruz de mayo para ver la reliquia. La devoción fue tal que los monjes decidieron exhibirla no solo en esa festividad, sino también los viernes de Cuaresma.
En el siglo XVIII desfiló por las calles de Valladolid en varias rogativas con la esperanza de poner fin a sequías o inundaciones que asolaban las cosechas de los agricultores. Uno de sus milagros más notables ocurrió en 1714, cuando una intensa sequía había azotado Valladolid durante dos meses, como recoge Juan Agapito y Revilla en el artículo 'Tradiciones de Valladolid'.
Los monjes de San Benito organizaron una rogativa al Cristo de la Cepa, y al asomarse a la puerta para la procesión, el cielo se oscureció y comenzó a llover, llenando de júbilo a todos los presentes.
En la iglesia del convento recibió culto y consta que el 5 de diciembre de 1739, a causa de la horrorosa inundación que experimentó la ciudad, los religiosos sacaron el Santísimo Cristo de la Cepa a la puerta del templo. En este sentido, hicieron lo mismo el 25 de mayo de 1753, con motivo de una sequía que destrozó las cosechas y a principios de junio de 1764, se celebró en San Benito una solemne novena de rogativa por falta de agua.
Desde Valladolid misteriosa desvelamos quién evitó que la hija de unos marqueses acabara en la hoguera por hereje.
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