

Valladolid misteriosa
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Valladolid misteriosa
¿Quién evitó que la hija de unos marqueses acabara en la hoguera por hereje?En 1520 se levantó en Valladolid una construcción palaciega conocida como el Caballo de Troya, cuyo primer propietario fue el doctor Paulo de la Vega. ... Desde principios del siglo XVII, el inmueble fue propiedad de Diego de Cárdenas, oidor de la Real Chancillería de Valladolid, en el que vivía con su sobrina doña Ana Enríquez.
Precisamente, esta joven es la protagonista de una conocida leyenda de Valladolid. La ciudad sería testigo en 1559 de dos autos de fe -fusionados literariamente en uno por Miguel Delibes en 'El hereje'- en un intento de las autoridades políticas y religiosas por frenar el avance del luteranismo. Unas cincuenta personas, entre ellas Ana Enríquez, fueron juzgadas por herejes el 21 de mayo de aquel año.
Hija de los marqueses de Alcañices, «moza hermosa» -con este apelativo aparece en el auto-, tenía 23 años cuando se desató la persecución contra el grupo protestante de Valladolid, formado en torno al doctor Cazalla, en el que ella se hallaba envuelta. Estaba casada con Juan Alonso de Fonseca, sabía gramática latina y había leído obras de Calvino y de Constantino Ponce de la Fuente. Pero no corrían buenos tiempos para ese tipo de inquietudes.
Se preparó un acto multitudinario en el que la asistencia era recompensada con cuarenta días de indulgencia. Acudieron unas doscientas mil personas y estuvo presidido por Juana de Austria, regente de España e hija de Carlos I de España. El emperador, fallecido en septiembre de 1558, siempre había influido en ella con la idea de que estos procesados, más que herejía religiosa lo que cometían era rebeldía política, que consideraba más grave.
A las cinco de la mañana la joven Ana inició, con el resto de penitenciados, la marcha hacia la plaza Mayor -donde se iba a desarrollar el auto- con sus capirotes, sus sambenitos, sus crucifijos y la vela verde de la Inquisición. Entre ellos, quince estaban condenados a la hoguera.
No era Enríquez la única de su familia que iba a subir al estrado para oír su sentencia. También el hermano de su madre, Pedro Sarmiento, y su esposa, su tía María de Rojas, monja de Santa Catalina de Siena, y su primo Luis Enríquez.
Lo que preocupaba a doña Ana no era el hecho de morir, era la humillación pública. Muchas veces se prefería pasar a mejor vida que sufrir azotamientos o tener que vestir el sambenito de forma perpetua, lo cual solo atraía deshonor y vergüenza a su familia.
Para evitar ese desagravio en Ana Enríquez, tuvo que intervenir fray Francisco de Borja, un jesuita de buena familia que había asistido espiritualmente a los condenados en el juicio. Su hija, Isabel, estaba casada con el hermano de Ana, de ahí las sospechas de que el fraile intercediera y que se le impusiera una pena menor: salir al cadalso con la vela inquisitorial, tres jornadas de ayuno, regresar a la cárcel para despojarse del hábito de ajusticiada y desde allí quedar en libertad.
Pero que el religioso intermediara por Ana no era recomendable porque, a pesar de haber sido confesor de la reina Juana de Austria, fue acusado por aparecer su nombre en uno de los libros que el Santo Oficio tenía como prohibidos. Pero no era culpable. En cualquier caso, estando ya su persona señalada y, sin defensa posible, el padre Borja prefirió tomar distancia, desde Portugal primero y después en Roma.
Hasta nuestros días ha llegado el relato de que doña Ana se salvó de morir quemada viva aquel día en la hoguera porque el inquisidor argumentó: «Mujer de tanta belleza no puede morir en la hoguera».
Sin embargo, parece que su tío Diego poseía documentación comprometedora para su sobrina, razón por la cual mandó sustituir los escudos nobiliarios que presidían el palacio en el que ambos residían por un mural pintado con el Caballo de Troya, en cuyo interior -como hicieron los griegos para entrar en Troya- habría ocultado aquellos documentos. Acto seguido vendió la vivienda, que pasaría a destinarse a fonda, llamada Posada del Caballo de Troya.
Dos siglos más tarde, en 1837, George Borrow, conocido como 'don Jorgito, el inglés de las biblias', estuvo tres meses alojado en aquella posada. Este agente de la Sociedad Bíblica británica estuvo en España entre 1836 y 1840 con el encargo de evangelizar un país donde había desaparecido la Inquisición unos años antes, difundiendo el Nuevo Testamento en una edición accesible para todos.
De su estancia en Valladolid se cuenta que estuvo buscando, entre otros, aquellos documentos que la leyenda asegura que Diego de Cárdenas escondió en su palacio tras el mural del Caballo de Troya.
Desde Valladolid misteriosa recordamos la leyenda de Águeda de Acevedo, conocida como la Renegada de Valladolid.
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