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Decía de él Francisco de Cossío, con enorme admiración, que sobresalía del resto por su «hidalguía irrefrenable» y una profesionalidad envidiable, lo calificaba como el cronista político más culto de España y el más leído de Argentina. Y era cierto. El vallisoletano Mariano Martín Fernández, más conocido entre sus lectores por seudónimos como el «Bachiller Franquezas» y el «Doctor Blas», era un plumilla todoterreno que escribió poesía y novela y fue cronista de su ciudad, donde nació el 10 de diciembre de 1865. De hecho, ya escribía en los periódicos cuando se licenció en Derecho en 1887. Buen amigo de Santiago Alba, compartió tertulia bohemia y burguesa en la «Peña la Botica», auspiciada por Ángel Bellogín, junto a figuras como Francisco Zarandona y Braulio Piqueras.
Colaboró en numerosos periódicos ('El Inocente', 'El Diablo', 'La Lealtad', 'Bocaccio', '¡Velay!'...) antes de dar el salto con los «Sábados literarios» de 'El Eco de Castilla' y seguir la estela de 'Los lunes del Imparcial' con los «lunes literarios» del republicano 'La Libertad', donde popularizó sus seudónimos. Crítico literario de cabecera, en 1889 fue nombrado director del trisemanario 'La Opinión' y cronista de la ciudad, por lo que ese mismo año fue enviado con una representación municipal a la coronación del poeta José Zorrilla en Granada. De ahí nació su celebrado y admirado libro 'Zorrilla y su coronación'. En 'La Opinión' incorporó firmas tan impactantes como las de Emilia Parado Bazán y Leopoldo Alas, 'Clarín', además de conseguirle un puesto a su amigo Alba.
Era 1893 y Valladolid se le quedaba pequeño. Entonces dio el salto a la capital de España, y no de cualquier manera: Miguel Moya, director de 'El Liberal', donde ya colaboraba, le requirió para ejercer el cargo de secretario y redactor-jefe. «Me voy, pero en cambio os dejo el corazón, porque como amigos sabréis conservarle», dejó escrito en julio de 1893 a sus colegas vallisoletanos. Ese mismo año, Alba y César Silió habían adquirido El Norte de Castilla y, como no podía ser de otra forma, nombraron a Martín Fernández corresponsal en Madrid. Sus crónicas políticas se convirtieron enseguida en las más influyentes y leídas, pues, a decir de Antonio Zozaya, el vallisoletano describía magistralmente a «cosas y personas con altísima perspicacia. No se le escapa ningún rasgo ni ningún detalle, sabe ver a un tiempo el bosque y el árbol».
Además de participar en la creación de la Asociación de la Prensa madrileña, fue consejero de la «Sociedad Editorial de España», diputado por Valladolid en 1918, senador por Lugo en 1921 y 1922, y caballero de la Legión de Honor. Por si fuera poco, en 1900, el diario bonaerense 'La Prensa', decano de los periódicos argentinos, lo nombró corresponsal en España, cargo desde el que deslumbró con sus comentadas «informaciones cablegráficas». «El gran coloso del periodismo sudamericano», que había sido visitado y elogiado por el mismo Albert Einstein, tiraba diariamente 250.000 ejemplares y contaba con firmas españolas de la talla de Ramiro de Maeztu, Azorín, Ramón Pérez de Ayala, Jiménez de Asúa y Francisco Grandmontagne. Sus informaciones políticas eran las más buscadas por la colonia española en Argentina, pues hasta Cossío admitía que «durante mi estancia en la Argentina, el momento en que me sentía más próximo a España era cuando desplegaba por la mañana 'La Prensa' y leía la crónica de Mariano Martín Fernández».
Pudo compaginarlo con la escritura de poesía, novela y teatro, con obras como 'Perfiles madrileños', 'Almoneda concejil', 'Martingalas' y 'Sabios y sandíos', sin olvidar el éxito teatral de 'La condiscípula', realizada en colaboración con José Borrás, '13 pral.', y 'Cosas de Pincia'. Durante la Dictadura de Primo de Rivera, que con tanta saña persiguió a El Norte de Castilla y a Santiago Alba, Martín Fernández se erigió en su defensor más fiel: 2.500 cartas entre ambos y relevantes informaciones para el abogado de Alba así lo atestiguan. Cuando falleció en Madrid, el 18 de mayo de 1940, Antonio Royo Villanova no pudo por menos que dejar constancia de su admiración por aquel periodista de raza que solo aspiró a ejercer con dignidad el oficio: «Yo he conocido muchos periodistas que, pensando en su vejez, se colocaban en empresas particulares o ingresaban en Ja Administración Pública, y llegaron a ocupar los puestos más altos de un escalafón. Mariano Martín Fernández no quiso ser nunca más que periodista. Habrá muy pocos españoles de quienes pueda decirse como del ilustre corresponsal de El Norte de Castilla que no figuró nunca en las nóminas de ningún Ministerio ni cobró sueldo con cargo al presupuesto del Estado. Y esto merece recordarse en tierra castellana, para que lo sepan los pobres labradores que muchas veces habrán pensado si se empleaban bien los dineros que ellos entregaban puntualmente al recaudador de la contribución y si los servicios públicos valen lo que cuestan. De las pesetas que el Fisco saca al contribuyente, ni una sola fue nunca al bolsillo de Mariano Martín Fernández».
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